
Por: Jesús Batista Suriel
En la República Dominicana, el nombre de doña Sogela Semán de Castillo resuena como un símbolo de amor, dedicación y compromiso patriótico. Su vida fue un ejemplo de lo que significa ser esposa, madre, hermana y ciudadana ejemplar.
A través de su legado, que perdura en sus hijos, amigos y su querido esposo, el doctor Marino Vinicio Castillo, Vincho, como ella le decía con tanta dulzura, se mantiene viva la esencia de su entrega por su país. En cada rincón donde dejó su huella, se siente la calidez de su espíritu y la fuerza de su amor por la patria, recordándonos que su legado no se ha ido, sino que sigue vivo en cada uno de sus hijos, nietos y esposo.
Desde el momento en que la conocí en 1991, su calidez y sabiduría se grabaron en mi corazón. Recuerdo aquellos días de diciembre en los que me llamaba para que la ayudara a llevar algún tipo de ayuda o asistencia a quienes más lo necesitaban. Para doña Sogela, la solidaridad no era solo un acto, sino una forma de vida. Se caracterizaba por decirme: “Suriel, maneja esto con dignidad y discreción, que lo hiciera su mano o derecha; la izquierda no tenía por saberlo.” Su convicción de que, aunque no hubiera mucho que ofrecer, siempre se podía hacer algo por los demás, enseñó el verdadero significado de ser humano. Su mirada de satisfacción al recibir nuestro informe sobre esas ayudas era un reflejo de su amor al prójimo. Y luego se producía mi recompensa: sus deliciosos quipes. Y lo mejor de todo, el amor con que me los brindaba. Eso, para mí, no tenía precio.
Doña Sogela y Don Vincho me hacían sentir como un hijo más de la casa; Don Vincho, hasta el día de hoy, me hace sentir igual. Su hogar era un refugio donde nos sentíamos acogidos. Las comidas árabes que preparaba, especialmente esos deliciosos quipes, eran más que simples platillos; representaban su cariño y su deseo de hacernos sentir parte de su familia. A través de su amor y dedicación, forjó lazos que trascienden el tiempo y el espacio, y hasta el día de hoy, sus hijos, Pelegrín, Juárez, Vinicio y Sogela María, junto a sus nietos y sus esposas, mantienen viva esa conexión familiar.
El compromiso de doña Sogela con la República Dominicana fue inquebrantable. Defensora de los ideales de Duarte, Sánchez y Mella, vivió su vida con una fe inquebrantable hacia nuestro Señor Jesús, y eso lo inculcó en sus hijos. Creo que logró su propósito de dejar un legado de hijos de fe y comprometidos con su país. Su objetivo de dejar una huella positiva en su amada República Dominicana se ha cumplido. Su legado sigue inspirando a quienes la conocieron. Cada acción que realizó estuvo impregnada de un profundo amor por su país, hermandad y solidaridad, y sus enseñanzas y formación familiar siguen guiando a sus hijos.
Es un honor recordar a una mujer tan valiente y generosa, cuya vida estuvo dedicada a servir a los demás. Doña Sogela había encontrado la manera de ser un faro de luz en la vida de quienes la rodeaban. Su amor y su compasión resuenan en cada rincón de nuestra memoria, recordándonos que siempre hay espacio para la bondad. La vida de doña Sogela nos enseña que el verdadero legado de una persona se mide en el amor que comparte y en el impacto que deja en los demás.
Recuerdo con nostalgia aquellos viajes al interior del país, donde, en cada trayecto, siempre había un mensaje especial: “Cuídame a Pelegrín.” Esa frase reflejaba no solo su amor por su hijo, sino también la capacidad de doña Sogela para ver en sus hijos a los pequeños que siempre fueron. Era una madre que sabía dar amor de maneras infinitas, demostrando que el vínculo familiar trasciende el tiempo y las circunstancias. Sus atenciones fueron una muestra de su inmenso corazón.
Quisiera concluir este escrito con unas palabras de su amado hijo, Juárez Castillo, que reflejan el amor y la admiración que todos sentimos por ella: “Un día como hoy naciste en 1931, madre adorada, y nos reunimos, te recordamos y añoramos en familia, como ese hermoso e invaluable regalo del Señor que fuiste para nosotros en este mundo. Tu hermosa alma, que ya descansa en la Eterna Paz del Señor, nos sigue iluminando siempre desde el Cielo, con tu inconmensurable amor, que sigue presente en cada segundo de nuestras vidas.”
Que Dios la tenga en el lugar que merece, querida y admirada doña Sogela. Su legado sigue vivo en nosotros, y su amor por la patria nos inspira a seguir adelante.
